Sor María de Jesús, con ser un corazón que oraba, o una persona hecha oración, si cabe la frase, pudo dar a su personalidad aspectos de intensa labor que se manifestaban y traducían en bien de los prójimos de una manera muy exterior y variada, porque dentro del radio de su estado claustral, fué fundadora de su convento, prelada, misionera y escritora, con tan peregrina suerte, que su fama se ha extendido por todo el mundo, al igual de la de Santa Teresa, y sus escritos han sido muy estudiados y discutidos, viniendo todo ella a sentar los plintos inamovibles de un monumento que no podrán destruir nunca los enemigos de la Historia religiosa y de España.
Nació la Venerable en Agreda, hija de Francisco Coronel y Catalina de Arana, el año 1602.
"Las armas de Arana son, en campo rojo, cinco águilas blancas, de las cuales una está coronada: Coronel; su escudo es acuartelado en oro. En primero y cuarto, faja azul, que va de esquina a esquina; segundo y tercero, árbol con lobo blanco, empinado como para subir." Así dice la nota enviada a don Tomás Ruiz Arismendi por D. Antonio de Orobio, quien reside en Deusto (Bilbao), en carta misiva de 14 de Agosto de 1916; descubrimiento que el ilustre publicista Sr. Orobio aprovechará para continuar sus estudios genealógicos.
Unían estos cónyuges a la nobleza de su prosapia la religiosidad más cumplida, por lo cual educaron a sus hijos, y especialmente a María, en esa piedad sólida que se traduce en obras cristianas, sirviendo así de instrumento a la Providencia en el desarrollo de la altísima personalidad moral de aquella niña, que a los 8 años ya hizo voto de castidad, cumplido con perfección tanta, que no sintió ni el más leve pensamiento contra la pureza en el decurso de su vida. Tuvo en su infancia conocimiento extraordinario, y quizá perfectamente sobrenatural, de las relaciones entre el corazón y la gracia divina, entre el pecado y la concupiscencia. Doce años tendría cuando, debido a una larga y tétrica tribulación interior, pareció por alguna temporada ante sus paisanos como una niña imbécil. Poco después el Señor premió la paciencia de su sierva dándole dulzuras especialísimas en la oración; pero he aqui que la niña Coronel, cuando tenía unos 14 años, pasó por la tentación de querer parecer bien ante los hombres con vanidosa presunción, de cuyo leve reato vióse libre muy pronto merced al patrocinio de la Virgen María. Permisión divina que de los males saca bienes infinitos!
El año 1617, dos hermanos de María se hicieron Religiosos Franciscanos, quedando el hogar reducido a los padres, a una niña de nueve años y a María que tenía quince. Esta también trataba de ingresar en un convento. Fué poco después cuando a la madre le fué revelado por Dios, y al confesor de ésta también, que aquella casa se debía convertir en convento. El jefe del hogar se resistió algún tanto, se persuadió, sin embargo, prestamente, de que tal era la voluntad divina y no sugestión diabólica ni equivocación humana, y así, aunque tenía sesenta años y estaba enfermizo, se hizo Religioso lego en el convento de San Antonio, de Nalda, de la Orden de San Francisco; y la madre con sus dos hijas, habiendo hecho venir de Burgos a tres Religiosas Franciscanas, tomaron el hábito el 13 de Enero de 1619. María dejó el apellido Coronel y tomó el de Jesús.
A los ocho años de vida conventual, los Prelados pensaron en ponerla al frente de la Comunidad y, al efecto, obtuvieron un Breve de Su Santidad para que, aun teniendo ella apenas veinticinco años de edad, pudiese ser nombrada Abadesa, como se realizó a gusto de todos. Sor María entonces cedió el título de Abadesa a la Virgen Purísima y ella se quedó con el de Vicaria de la divina Prelada. El primitivo Monasterio, sito en el hogar paterno, fué substituído por otro que empezó ella a construir en las afueras de la villa, y es el que hoy subsiste, cuya fábrica se terminó en el espacio de siete años, no sin especial providencia de la Reina de los ángeles. Duró su prelacía hasta la muerte. Como Superiora fué dulcemente severa; suave para la Comunidad, rigidísima para si misma. Este fué su plan de vida guardado con heroica perseverancia: dos horas sólo dormía, y esto en el suelo o en lecho incómodo por extremo; a las once se levantaba, llena de dolores tremendos con que el Señor la regalaba, y se retiraba a una tribuna de la iglesia, donde hacía el ejercicio de la cruz que duraba tres horas, distribuídas así: hora y media de meditación, media hora andando de rodillas y con una cruz al hombro; otra media postrada en el suelo, en forma de cruz, y los restante de pie y en cruz también. A las dos de la mañana iba a rezar maitines, a las cuatro volvía a su celda a sufrir dolores inauditos. A las seis volvía al coro a ciertos actos de Comunidad, luego se confesaba, comulgaba y daba gracias a Dios por especio de hora y media. Seguía después a la Comunidad en los actos y se ocupaba en oficios del convento o en escribir. A las cinco tenía otra hora de oración; a las seis tomaba alimento por primera y última vez en el día; nada de carne ni lacticinios, sino legumbres y verduras, y eso en pequeña cantidad; tres días a la semana no se sustentaba sino con pan y agua; los viernes no comía ni bebía nada en todo el día. Se disciplinaba cinco veces al día y algunas vertiendo mucha sangre. Este fué el horario y método de vivir, muy comprobado y cierto, que llevó hasta la edad de sesenta y tres años en que voló a la gloria.
El tiempo que sus ocupaciones le permitían, dedicábalo a trabajos manuales. En labores puede pasar como artista de mucho mérito. Los fotograbados que de sus obras aquí se reproducen, fueron antes publicado en la revista Arte Español, órgano de la "Sociedad de Amigos del Arte", de Madrid, y me consta que han llamado mucho la atención en Esxpaña y fuera de ella. Sor María de Jesús fué excelente laborera.
En cuanto a carismas con que Dios la favoreció, son tantos y tan especiales, que intentar epilogarlos sería quitarles su belleza. Las apariciones de Jesús, de la Virgen madre y de los ángeles, confortaban con frecuencia su espíritu penitente y enamorado de la virtud, siempre engolfado en pensamientos grandes, anhelando anhelaciones soberanas, y educado en la escuela del dolor y del amor heroico. Se puede hacer la biografía de las personas, pero la de las almas no. El alma de la Venerable Madre no ha sido aún biografiada. Es que su fe y su amor, arrebatándola en éxtasis e inflamando su voluntad en ansias de lo sobrenatural y eterno, dábanle ráfagas de visión clarísima de cosas superiores al sentido y al discurso de la razón, y la colocaban en un estado muy superior, admitido, pero no entendido, por la filosofía; porque en el curso ordinario de las cosas, el milagro, la revelación, el éxtasis, por ser hechos superiores al orden natural, se resisten a la demosración y resultan verdaderamente científicos, aunque quedan incomprendidos.
Una de las más excelentes manifestaciones de su espíritu privilegiado fué el don de la bilocación por favorecer a los prójimos y principalmente a los indígenas americanos. El celo de Sor María no podía substraerse a la idea de conquistas espirituales que dominaban en la España colonizadora del Nuevo Mundo. La catequización de América era el ideal español de entonces. Y fué gran Misionera Sor María. Por espacio de once años divagó por Méjico convirtiendo a multitud de indios, sin salir de su convento, o mejor dicho, estando en uno y otro lugar, y sintiendo en entrambos las necesidades de la vida y sus múltiples relaciones; fenómeno de riguroso valor histórico, y a la vez tan distinto de los que se presentan hoy día con el nombre de magnéticos, hipnóticos y espiritistas. De la misma naturaleza que los hechos de apostolado ejercido en Méjico por la Venerable madre, es aquel que se ve indicado en un libro de partidas de bautismo, perteneciente a la Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros de Agreda. En este libro hay una del 28 de Noviembre de 1626, relativa a un mahometano, de nombre Francisco, natural de Constantinopla, y al margen léese esta nota: "este es un moro convertido por nuestra Madre María de Jesús, traído de la cárcel de Pamplona, donde se le apareció para convertirlo."
Grandes favores recibió la famosa monja de parte de la Madre de Dios en la imagen llamada de Nuestra Señora del Coro, y también de la imagen de la Virgen conocida con el título de Nuestra Señora de la Historia, porque ante ella escribió la Mística Ciudad. Grandísimos también los obtuvo en otros lugares y formas, y principalmente en una tribuna u oratorio, adonde se retiraba a practicar sus devociones y ejercicios de penitencia. Véase lo que refiere D. Eduardo Royo en Reconocimiento y traslación, etc., pág. 40: "En esta tribuna siempre asistían a la Venerable Religiosa seis ángeles y la acompañaban las gloriosas vírgenes Santa Inés y Santa Ursula; a este lugar acudían los espíritus celestiales para comunicarla sobrenaturales iluminaciones, y de élla llevaban al Empíreo para celebrar divinos desposorios con el Altísimo. Aquí fué visitada muchísimas veces de la Santísima Virgen, y en una ocasión ceñida por San José, en presencia de su Esposa Purísima, con una cinta blanca en testimonio de su virginal pureza. En este lugar la designó nuestro Padre San Francisco hija primericia de la Orden de la Inmaculada Concepción, como lo fué la Madre Santa Clara de las Religiosas pobres. Y, finalmente, en esta tribuna vió descender visiblemente sobre sí en la Pascua de Pentecostés el Espíritu Santo en forma de paloma."
Nació la Venerable en Agreda, hija de Francisco Coronel y Catalina de Arana, el año 1602.
"Las armas de Arana son, en campo rojo, cinco águilas blancas, de las cuales una está coronada: Coronel; su escudo es acuartelado en oro. En primero y cuarto, faja azul, que va de esquina a esquina; segundo y tercero, árbol con lobo blanco, empinado como para subir." Así dice la nota enviada a don Tomás Ruiz Arismendi por D. Antonio de Orobio, quien reside en Deusto (Bilbao), en carta misiva de 14 de Agosto de 1916; descubrimiento que el ilustre publicista Sr. Orobio aprovechará para continuar sus estudios genealógicos.
Unían estos cónyuges a la nobleza de su prosapia la religiosidad más cumplida, por lo cual educaron a sus hijos, y especialmente a María, en esa piedad sólida que se traduce en obras cristianas, sirviendo así de instrumento a la Providencia en el desarrollo de la altísima personalidad moral de aquella niña, que a los 8 años ya hizo voto de castidad, cumplido con perfección tanta, que no sintió ni el más leve pensamiento contra la pureza en el decurso de su vida. Tuvo en su infancia conocimiento extraordinario, y quizá perfectamente sobrenatural, de las relaciones entre el corazón y la gracia divina, entre el pecado y la concupiscencia. Doce años tendría cuando, debido a una larga y tétrica tribulación interior, pareció por alguna temporada ante sus paisanos como una niña imbécil. Poco después el Señor premió la paciencia de su sierva dándole dulzuras especialísimas en la oración; pero he aqui que la niña Coronel, cuando tenía unos 14 años, pasó por la tentación de querer parecer bien ante los hombres con vanidosa presunción, de cuyo leve reato vióse libre muy pronto merced al patrocinio de la Virgen María. Permisión divina que de los males saca bienes infinitos!
El año 1617, dos hermanos de María se hicieron Religiosos Franciscanos, quedando el hogar reducido a los padres, a una niña de nueve años y a María que tenía quince. Esta también trataba de ingresar en un convento. Fué poco después cuando a la madre le fué revelado por Dios, y al confesor de ésta también, que aquella casa se debía convertir en convento. El jefe del hogar se resistió algún tanto, se persuadió, sin embargo, prestamente, de que tal era la voluntad divina y no sugestión diabólica ni equivocación humana, y así, aunque tenía sesenta años y estaba enfermizo, se hizo Religioso lego en el convento de San Antonio, de Nalda, de la Orden de San Francisco; y la madre con sus dos hijas, habiendo hecho venir de Burgos a tres Religiosas Franciscanas, tomaron el hábito el 13 de Enero de 1619. María dejó el apellido Coronel y tomó el de Jesús.
A los ocho años de vida conventual, los Prelados pensaron en ponerla al frente de la Comunidad y, al efecto, obtuvieron un Breve de Su Santidad para que, aun teniendo ella apenas veinticinco años de edad, pudiese ser nombrada Abadesa, como se realizó a gusto de todos. Sor María entonces cedió el título de Abadesa a la Virgen Purísima y ella se quedó con el de Vicaria de la divina Prelada. El primitivo Monasterio, sito en el hogar paterno, fué substituído por otro que empezó ella a construir en las afueras de la villa, y es el que hoy subsiste, cuya fábrica se terminó en el espacio de siete años, no sin especial providencia de la Reina de los ángeles. Duró su prelacía hasta la muerte. Como Superiora fué dulcemente severa; suave para la Comunidad, rigidísima para si misma. Este fué su plan de vida guardado con heroica perseverancia: dos horas sólo dormía, y esto en el suelo o en lecho incómodo por extremo; a las once se levantaba, llena de dolores tremendos con que el Señor la regalaba, y se retiraba a una tribuna de la iglesia, donde hacía el ejercicio de la cruz que duraba tres horas, distribuídas así: hora y media de meditación, media hora andando de rodillas y con una cruz al hombro; otra media postrada en el suelo, en forma de cruz, y los restante de pie y en cruz también. A las dos de la mañana iba a rezar maitines, a las cuatro volvía a su celda a sufrir dolores inauditos. A las seis volvía al coro a ciertos actos de Comunidad, luego se confesaba, comulgaba y daba gracias a Dios por especio de hora y media. Seguía después a la Comunidad en los actos y se ocupaba en oficios del convento o en escribir. A las cinco tenía otra hora de oración; a las seis tomaba alimento por primera y última vez en el día; nada de carne ni lacticinios, sino legumbres y verduras, y eso en pequeña cantidad; tres días a la semana no se sustentaba sino con pan y agua; los viernes no comía ni bebía nada en todo el día. Se disciplinaba cinco veces al día y algunas vertiendo mucha sangre. Este fué el horario y método de vivir, muy comprobado y cierto, que llevó hasta la edad de sesenta y tres años en que voló a la gloria.
El tiempo que sus ocupaciones le permitían, dedicábalo a trabajos manuales. En labores puede pasar como artista de mucho mérito. Los fotograbados que de sus obras aquí se reproducen, fueron antes publicado en la revista Arte Español, órgano de la "Sociedad de Amigos del Arte", de Madrid, y me consta que han llamado mucho la atención en Esxpaña y fuera de ella. Sor María de Jesús fué excelente laborera.
En cuanto a carismas con que Dios la favoreció, son tantos y tan especiales, que intentar epilogarlos sería quitarles su belleza. Las apariciones de Jesús, de la Virgen madre y de los ángeles, confortaban con frecuencia su espíritu penitente y enamorado de la virtud, siempre engolfado en pensamientos grandes, anhelando anhelaciones soberanas, y educado en la escuela del dolor y del amor heroico. Se puede hacer la biografía de las personas, pero la de las almas no. El alma de la Venerable Madre no ha sido aún biografiada. Es que su fe y su amor, arrebatándola en éxtasis e inflamando su voluntad en ansias de lo sobrenatural y eterno, dábanle ráfagas de visión clarísima de cosas superiores al sentido y al discurso de la razón, y la colocaban en un estado muy superior, admitido, pero no entendido, por la filosofía; porque en el curso ordinario de las cosas, el milagro, la revelación, el éxtasis, por ser hechos superiores al orden natural, se resisten a la demosración y resultan verdaderamente científicos, aunque quedan incomprendidos.
Una de las más excelentes manifestaciones de su espíritu privilegiado fué el don de la bilocación por favorecer a los prójimos y principalmente a los indígenas americanos. El celo de Sor María no podía substraerse a la idea de conquistas espirituales que dominaban en la España colonizadora del Nuevo Mundo. La catequización de América era el ideal español de entonces. Y fué gran Misionera Sor María. Por espacio de once años divagó por Méjico convirtiendo a multitud de indios, sin salir de su convento, o mejor dicho, estando en uno y otro lugar, y sintiendo en entrambos las necesidades de la vida y sus múltiples relaciones; fenómeno de riguroso valor histórico, y a la vez tan distinto de los que se presentan hoy día con el nombre de magnéticos, hipnóticos y espiritistas. De la misma naturaleza que los hechos de apostolado ejercido en Méjico por la Venerable madre, es aquel que se ve indicado en un libro de partidas de bautismo, perteneciente a la Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros de Agreda. En este libro hay una del 28 de Noviembre de 1626, relativa a un mahometano, de nombre Francisco, natural de Constantinopla, y al margen léese esta nota: "este es un moro convertido por nuestra Madre María de Jesús, traído de la cárcel de Pamplona, donde se le apareció para convertirlo."
Grandes favores recibió la famosa monja de parte de la Madre de Dios en la imagen llamada de Nuestra Señora del Coro, y también de la imagen de la Virgen conocida con el título de Nuestra Señora de la Historia, porque ante ella escribió la Mística Ciudad. Grandísimos también los obtuvo en otros lugares y formas, y principalmente en una tribuna u oratorio, adonde se retiraba a practicar sus devociones y ejercicios de penitencia. Véase lo que refiere D. Eduardo Royo en Reconocimiento y traslación, etc., pág. 40: "En esta tribuna siempre asistían a la Venerable Religiosa seis ángeles y la acompañaban las gloriosas vírgenes Santa Inés y Santa Ursula; a este lugar acudían los espíritus celestiales para comunicarla sobrenaturales iluminaciones, y de élla llevaban al Empíreo para celebrar divinos desposorios con el Altísimo. Aquí fué visitada muchísimas veces de la Santísima Virgen, y en una ocasión ceñida por San José, en presencia de su Esposa Purísima, con una cinta blanca en testimonio de su virginal pureza. En este lugar la designó nuestro Padre San Francisco hija primericia de la Orden de la Inmaculada Concepción, como lo fué la Madre Santa Clara de las Religiosas pobres. Y, finalmente, en esta tribuna vió descender visiblemente sobre sí en la Pascua de Pentecostés el Espíritu Santo en forma de paloma."
Fr. P. Fabo del C. de María, Agustino recoleto, Madrid, 1917
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