Virgen del buen mirar condescendiente,
la del manto de plata refulgente,
que un guardián de corderos
trajo, a darles virtud a los oteros,
la tarde aquella en que le habló una fuente.
¡Santa Maria...!
Señora de pastores y guerreros,
cerráranse tus ojos vivideros,
y se trocara, hasta en sus picos fieros,
la forma brava de esta serranía.
¡Santa Maria...!
cuyos divinos pies huellan las nieves
blancas del Pirineo,
¡dulce Reina! ¡qué hermosa yo te veo!,
heme a tus pies, mis cantos breves
son; y, sin tu ayuda, se desharía
la leve gracia de mi poesía.
Como un himno, Señora,
quédese, haciendo cerco a tu cabeza,
y halo de luna, y resplandor de aurora,
y niebla azul, hurtada a la maleza,
todo mi canto, ahora,
abata el vuelo en torno a tu belleza.
E. Marquina
miércoles, noviembre 01, 2006
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